En lo alto de una colina vivía la familia Lucero: papá Sol, mamá Luna y sus tres hijos, Estrella, Astro y Nubecita. No tenían una casa grande ni juguetes costosos, pero vivían en una pequeña casita azul que siempre olía a pan recién horneado, risas y cuentos por la noche.
Cada día, papá Sol salía temprano al campo a trabajar la tierra, mientras mamá Luna cuidaba el jardín y preparaba las comidas más sabrosas del universo. Astro ayudaba a poner la mesa, Estrella barría con su escobita de paja, y Nubecita, que era la más chiquita, regaba las flores con una tacita de té.
Una tarde, mientras cenaban juntos, comenzó a llover muy fuerte. El viento soplaba con fuerza y las ramas golpeaban las ventanas. Los tres hermanitos se asustaron un poco.
—No se preocupen —dijo mamá Luna mientras los abrazaba—. Cuando la lluvia cae fuerte allá afuera, más fuerte debe ser el calor aquí adentro.
Papá Sol se acercó al fogón y calentó un poco de leche con miel. Luego, todos se acurrucaron en una manta grande, de esas que abrigan el cuerpo y el corazón.
—¿Saben qué hace que esta casita sea tan especial? —preguntó papá Sol.
—¿El pan? —dijo Estrella.
—¿Las flores? —dijo Nubecita.
—¿Los cuentos antes de dormir? —preguntó Astro.
Papá Sol sonrió y dijo:
—Todo eso es bonito, sí. Pero lo que la hace especial es que estamos juntos. Una familia unida puede brillar incluso en las noches más oscuras.
Desde entonces, cada vez que llueve, los Lucero encienden una vela, se abrazan fuerte y cuentan una nueva historia. Porque aprendieron que la luz más brillante no viene del cielo… sino del amor que se tienen.
Fin.
