Por: Remedios Falaguera
Amamos las catedrales antiguas, los muebles antiguos, las monedas antiguas, las pinturas antiguas y los viejos libros, pero nos hemos olvidado por completo del enorme valor moral y espiritual de los ancianos que en definitiva son también seres humanos antiguos”.
Llevaba tiempo queriendo escribir algo sobre los abuelos, puesto que como ya dije en una ocasión, “nadie duda de la importancia que tienen los abuelos para las nuevas generaciones. No sólo por su aportación generosa de vivencias y recuerdos, que fortifican la identidad familiar, sino por el ofrecimiento de sus talentos, el ejemplo de virtudes y valores vividos que ofrecen a los suyos, como referencia espiritual y moral imprescindibles para la unidad y continuidad de las familias de hoy en día”.
¿Qué mejor ocasión para agradecer a nuestros padres la grandeza de su corazón dejándonos a sus hijos y sus nietos el mejor ejemplo de hijos agradecidos, de hermanos solícitos, de padres entregados, de abuelos jóvenes y entusiastas, de cuñados incondicionales y de tíos entrañables?
Pienso que estos tiempos nos deberían llevar a defender y favorecer su autonomía, que bien se la han ganado, y a no abusar de su tiempo y aficiones para beneficio propio.
Y es que los abuelos de ahora, los abuelos del Siglo XXI, ya no son como los de antes: Tienen su propia vida, una vida más dinámica y autónoma, son independientes económicamente y viven preocupadas por su salud y su bienestar. Es más, nuestros abuelos, tienen su vida llena de nuevas inquietudes culturales, sociales y laborales. Y eso, sin menguar ni un ápice su maravilloso apoyo a nuestras vidas, sabiendo de su disponibilidad para darnos consejos, prestarnos ayuda para ser mejores, interesarse por nuestros problemas, estar pendiente de nuestras necesidades, sonreírnos, ofrecernos miradas de complicidad que solo unos padres pueden tener con sus hijos….
Pero, muchas parejas jóvenes, se han acostumbrado, unas veces por necesidad y otras muchas por comodidad, a que sean los abuelos los que ejerzan de padres y madres de sus nietos, que sean canguros de los pequeños y compañeros de juego “obligatorios”.
A pesar de que tenemos la certeza que ellos SIEMPRE están dispuestos a prestarnos ayuda, la calidad de vida de una familia no puede apoyarse en la “utilización” de los abuelos. Debemos acudir a ellos sólo en caso de extrema emergencia, y así, evitaremos en gran medida las quejas y la confusión sobre el rol que se espera de ellos, sobre las ideas distintas en la educación de los niños y los celos que muchos padres sienten ante la “devoción filial” que sus hijos sienten hacia los abuelos.
Es verdad que los abuelos juegan un papel muy importante en la vida de los nietos. Pero, ¡no abusemos de ellos, por favor!
Y para que esto no ocurra, no estaría de más recordar que el verdadero papel del abuelo es:
• Ejemplo y transmisor de valores.
• Mantiene el vínculo entre las generaciones haciendo de historiador de anécdotas familiares.
• Lazo de unión, estabilidad y protección.
• Modelo de serenidad ante el envejecimiento.
• Paño de lagrimas cuando el niño y/o los padres están triste
• Sus “batallitas” desarrollan en el niño no solo su imaginación, sino el sentido común del “buen hacer” y del “buen ser” en la vida.
• Es la persona perfecta para ejercer de “negociador” entre padres y nietos, ya que su experiencia puede ayudar en los momentos de crisis familiar.
• …
Y recuerden: Los padres somos los modelos de referencia en la educación de nuestros hijos .No carguemos esa mochila a los abuelos. Ellos sólo tienen que llenar la casa de paz, conciliación y estabilidad aconsejando y apoyando a sus hijos en la educación de los nietos.
“Ojala que los abuelos vuelvan a ser una presencia viva en la familia, en la Iglesia y en la sociedad. Por lo que respecta a la familia, los abuelos deben seguir siendo testigos de unidad, de valores basados en la fidelidad a un único amor que suscita la fe y la alegría de vivir”, dice Benedicto XVI, y apostilla: “Ellos pueden ser -y son tantas veces- los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Ojalá que, bajo ningún concepto, sean excluidos del círculo familiar. Son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte”.
Fuente: Catholic.net