1 de agosto de 2025
En días recientes, un hecho aparentemente trivial sacudió la conversación pública en redes sociales: una exreina de belleza de Mazatlán publicó un comentario burlándose de las personas desaparecidas en México. La reacción no se hizo esperar. Miles de usuarios exigieron respeto, familiares de desaparecidos manifestaron su indignación y, ante la presión, la joven ofreció una disculpa pública.
Lo que parecía una “ocurrencia” sin consecuencias se convirtió en espejo de una realidad más profunda: estamos perdiendo sensibilidad, empatía y solidaridad social.
Este no es un caso aislado. Es apenas un síntoma más de una sociedad donde lo banal suele ser viral, y donde lo doloroso se trivializa. Las redes sociales han potenciado lo peor y lo mejor de nosotros.
Mientras algunos aprovechan el alcance de las redes sociales para apoyar causas nobles, otros lo utilizan para mofarse, humillar o construir fama efímera sobre la desgracia ajena.

Pero más allá de la joven y su disculpa, el hecho nos obliga a hacernos una pregunta urgente: ¿qué clase de sociedad somos si nos reímos del dolor ajeno?
El dolor que no es tuyo
México es un país con más de 100 mil personas desaparecidas. No son números: son hijas, padres, hermanos, estudiantes, comerciantes, madres, amigos. Detrás de cada desaparición hay una familia rota, una mesa incompleta, una madre que no duerme. Burlarse de ese dolor, aunque sea desde la ignorancia o el impulso, no puede ser tolerado con ligereza.
Una sociedad que se burla de los desaparecidos es una sociedad que olvida su propia fragilidad. Porque el dolor que hoy es ajeno, mañana puede tocar a nuestra puerta. Porque sólo cuando una comunidad es capaz de sentir como propio el sufrimiento del otro, puede decirse realmente humana.
Empatía: el valor que nos sostiene como país
La empatía no es una moda ni un eslogan; es la capacidad de ponerse en los zapatos del otro. Y en un país lacerado por la violencia, la desigualdad y la impunidad, la empatía es también una forma de resistencia, una manera de no dejar que el horror se normalice.
La solidaridad no se mide únicamente cuando hay catástrofes naturales o tragedias televisadas. Se mide todos los días, cuando elegimos no juzgar, cuando acompañamos al que sufre, cuando dejamos de lado el ego para mirar con compasión al otro. La reconstrucción del tejido social en México no es tarea de gobiernos ni de leyes solamente. Es un compromiso de todos.
De la burla al compromiso
La disculpa de la joven de Mazatlán es necesaria, pero no suficiente. El error está hecho. Lo importante ahora es lo que cada uno haga con esa lección. ¿Seguiremos consumiendo contenido que deshumaniza? ¿Seguiremos riendo de los memes que hieren? ¿O tomaremos conciencia de que cada palabra cuenta, de que cada acto —por más pequeño que sea— puede ser un puente o una barrera?
Las redes pueden ser también una herramienta de sanación y memoria. Y las figuras públicas, incluso aquellas nacidas de concursos de belleza o entretenimiento, tienen una responsabilidad. No se trata de cancelar, sino de educar y recuperar valores esenciales: el respeto, la dignidad y el amor al prójimo.
Una invitación a mirar con el corazón
Hoy más que nunca, México necesita sensibilidad, empatía y solidaridad. Necesita recordar que el otro no es enemigo ni extraño, sino parte de uno mismo. Necesitamos dejar de normalizar la burla del dolor, y empezar a normalizar la compasión activa.
Porque el día en que dejemos de sentir, habremos perdido no sólo la batalla contra la violencia, sino también la batalla por nuestra humanidad.