viernes, mayo 9, 2025
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Cuando el amor se quiebra: cómo sanar tras una infidelidad

De todas las heridas que puede sufrir un matrimonio, la infidelidad es quizás la más profunda. No se trata sólo de una traición física o emocional; se trata de una grieta que sacude la confianza, la conexión y el alma misma de la relación.

Cuando una pareja no está bien cimentada, es más fácil resbalar en la tentación. A veces no es por maldad, sino por vacíos que no se supieron reconocer a tiempo. Pero evitar caer en eso, incluso en momentos de crisis, requiere de coraje, de conciencia… y de amor, tanto propio como hacia el otro.

La infidelidad no siempre tiene el mismo rostro. Puede ser un mensaje, una llamada, una cita secreta o una relación paralela que lleva tiempo escondida. Y, cuando se descubre, el dolor puede ser tan intenso que desorienta. De pronto, la persona en la que más confiabas ya no es un refugio, sino la causa de tu angustia.

Esa confianza que antes parecía natural se rompe en mil pedazos. Y aunque muchas veces se intenta recogerlos, nunca vuelven a encajar como antes. Es como un jarrón que se rompe: puede pegarse, pero las grietas quedan. Y no siempre se puede vivir con ellas.

Quien ha sido engañado suele pasar por una tormenta emocional. Aparecen preguntas difíciles, a veces crueles: ¿Qué hice mal? ¿No fui suficiente? ¿Cómo no me di cuenta? Es muy fácil empezar a dudar de uno mismo. Y cuando además hay hijos, la angustia se multiplica. Ellos sienten todo, incluso lo que no se dice. Ven las miradas que ya no se cruzan, escuchan los silencios, y perciben el dolor aunque tratemos de ocultarlo.

Las palabras también dejan de fluir. Muchas veces se empieza a discutir por todo, o peor aún, ya no se dice nada. La distancia crece, y en ese espacio, el resentimiento se instala como huésped silencioso. Puede volverse muy difícil comunicarse sin herirse, sin reprochar, sin recordar lo que dolió tanto.

Y sin embargo… no todo está perdido. Superar una infidelidad es posible, aunque no fácil. Requiere una valentía enorme de ambas partes. De quien fue infiel, para asumir sus errores sin excusas, con total honestidad y el compromiso real de no volver a herir. Y de quien fue traicionado, para decidir si está dispuesto a caminar ese proceso de sanación, sin forzarse, sin traicionarse a sí mismo.

A veces hace falta empezar desde cero, como si se conocieran de nuevo. Hablar de lo que nunca se dijo, llorar lo que no se lloró, y pedir ayuda cuando ya no se puede más. La terapia de pareja puede ser una herramienta valiosa para reconstruir los puentes. Pero también es válido reconocer cuando el dolor es tan grande que ya no se puede seguir. Separarse no siempre es un fracaso. A veces es la forma más digna de cerrar una historia que ya no puede continuar.

¿Se puede perdonar? Sí. Pero el perdón no siempre significa quedarse con la pareja. A veces, perdonar es liberarse del rencor y seguir adelante, aunque eso implique caminos distintos. Todo depende del amor que queda, del respeto que se mantuvo, y de la capacidad de ambos para sanar.

Y si decides perdonar y quedarte, que sea con la esperanza de algo nuevo, no con la carga del pasado como sombra constante. Y si decides irte, que sea con la frente en alto, sabiendo que diste lo mejor de ti.

Al final del día, lo más importante es elegir lo que te dé paz. Porque el amor, cuando es real, no debería doler tanto.

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