Hay poemas que no necesitan grandes palabras para tocar el alma. “En vida, hermano, en vida” es uno de ellos. Con versos sencillos y hondos, nos recuerda una verdad que a menudo olvidamos: el amor, si no se expresa hoy, puede llegar demasiado tarde.
Este poema no es solo un consejo, es un llamado urgente a despertar el corazón. A continuación, lo desmenuzamos con el alma abierta:
“Si quieres hacer feliz
a alguien que quieras mucho…
díselo hoy, sé muy bueno
en vida, hermano, en vida…”
¿Cuántas veces posponemos una palabra buena, un gesto de ternura, una sonrisa sincera? Creemos que siempre habrá tiempo, que mañana será mejor momento. Pero el poema nos sacude: hazlo hoy, porque mañana tal vez no llegue. El amor no es para pensarse mucho, es para vivirse sin demora.
“No esperes a que se mueran
si deseas dar una flor
mándalas hoy con amor
en vida, hermano, en vida…”
Las flores en un funeral son bellas, pero ya no las ve quien se fue. ¿Por qué esperar al silencio de la tumba para reconocer lo valioso que era alguien? ¿Por qué no llenar de flores —de palabras, de detalles, de tiempo— la vida de quienes amamos ahora que pueden sentirlas?
“Si deseas decir ‘te quiero’
a la gente de tu casa
al amigo cerca o lejos
en vida, hermano, en vida…”
En el bullicio del día a día, el amor calla por rutina. Nos acostumbramos a la presencia de los que amamos, como si fueran eternos. Este verso nos invita a romper el silencio, a decir te quiero sin reservas, a volver al lenguaje del afecto antes de que se nos haga tarde.
“No esperes a que se muera
la gente para quererla
y hacerle sentir tu afecto
en vida, hermano, en vida…”
No basta con “haber amado”. Lo que cuenta es si el otro lo supo, si lo sintió, si lo vivió. El amor guardado no sirve, el cariño que no se da se marchita. Este poema nos recuerda que el afecto no es algo que se piensa: es algo que se muestra, se ofrece, se comparte.
“Tú serás muy venturoso
si aprendes a hacer felices,
a todos los que conozcas
en vida, hermano, en vida…”
Hay una alegría profunda en dar alegría. Quien vive haciendo el bien, sin esperar agradecimientos, encuentra una dicha que nada le puede quitar. Ser un sembrador de sonrisas es también una forma de recibirlas. Y eso se aprende: viviendo despiertos, con el corazón abierto.
“No visites panteones,
para llenar tumbas de flores,
llena de amor corazones,
en vida, hermano, en vida…”
No es que el poema desprecie los homenajes a los difuntos, sino que nos recuerda lo esencial: lo que vale es el amor que se da cuando aún se puede abrazar, mirar, oír, reír. Más que flores sobre la tumba, ofrezcamos presencia, escucha, perdón, compañía, mientras hay aliento.
Este poema es un espejo. Nos muestra cuántas veces amamos en silencio, esperamos demasiado, o posponemos lo esencial. Y nos dice, sin reproche, pero con firmeza: ama hoy.
Haz esa llamada. Perdona. Sonríe. Da gracias. Pide disculpas. Celebra. Di te quiero. Porque no hay mejor homenaje que llenar de amor los corazones… en vida, hermano, en vida.