Si bien el tema más frecuente en tema del abandono familiar es el efecto que sufren los hijos cuando los padres rompen la relación con los hijos, también existe, aunque con menor frecuencia repercusiones fuertes cuando los hijos adultos por rencores o por salud mental, deciden romper la relación con sus padres que consideran tóxicos o impresentables.
Sucede con frecuencia que uno o ambos padres, sin proponérselo y más aún, sin estar conscientes, sostienen una relación con los hijos que éstos consideran que les daña o les avergüenza.
Esta situación puede ser considerada, en opinión de expertos en la materia, como relativamente “normal” considerando que en la medida en que los hijos crecen o asumen nuevas responsabilidades como el matrimonio o la maternidad/paternidad, cambian los criterios sobre cómo dirigir sus vidas, en independencia de la influencia o criterios de sus padres.
El problema es la oportunidad o la incapacidad que puedan tener los padres para procesar el dolor que les causa la decisión de los hijos, sobre todo cuando dicha ruptura es abrupta o radical.
Esa relación perdida no sigue las fases de un duelo puro y duro, como el originado por un fallecimiento, por eso no hay un patrón de sufrimiento establecido, sino que puede haber muchas variantes en la manera como se procesa este sentimiento de “abandono”.
En el párrafo anterior la palabra abandono tiene comillas porque no es el caso de cuando los hijos deciden dejar la casa de sus padres, pues aquí hablamos de hijos que ya habían tomado su camino de vida, pero de pronto deciden romper la relación con los padres por considerarlos dañinos para su salud mental o bien porque les avergüenza su comportamiento.
Una de las causas más habituales que originan esta situación es la necesidad de romper con la relación tóxica que se ha establecido entre el padre y/o madre y el hijo o hija. La ruptura llega cuando al menos el hijo lo percibe de este modo, y los ejemplos más habituales de este tipo de relaciones son aquellos que se basan en el excesivo control paterno o materno, en la falta de afecto o en la dependencia que desarrolla el progenitor con el hijo.
Cuando el padre o la madre se enfrenta a la ausencia de un hijo sin ser consciente de esa relación tóxica que ha provocado la distancia, reacciona con incredulidad o sorpresa. Eso revela una pobre gestión de las emociones de quien debería ser más adulto y una escasa capacidad de diálogo, lo que daña a la gente cercana.
¿Va a durar este silencio para siempre?, se pregunta una madre mientras se cuestiona si debe reflexionar sobre su parte de responsabilidad en esa ruptura.
Si el progenitor reconoce haber construido una relación tóxica, debe enfrentarse a la situación revisando sus propias creencias, desarrollando empatía con su hijo y siendo humilde.
Si la relación no se recupera, si la relación se rompe para siempre, y si los hijos tienen a su vez hijos que no conocerán a sus abuelos, y éstos no conocerán a sus nietos, lo más conveniente para los padres abandonados es asimilar la situación tratando de rehacer sus vidas en ausencia de sus hijos conformándose con la conciencia de están bien y dirigen sus propias vidas con autonomía.
Si se recupera la relación, ¿qué pautas se han de seguir? Si el problema no ha sido muy grave ni duradera, algo que afecte a las bases de la relación, lo más aconsejable es no hablar de este episodio en exceso. En el caso contrario, si la ruptura fue abrupta y radical, sí debe establecerse una negociación que siente las bases para una nueva relación, todo ello basado en el diálogo, que es una de las cosas que han fallado en el pasado.