Hay situaciones en la vida matrimonial que ponen en riesgo la estabilidad de las parejas. Es importante conocerlas para evitarlas o al menos superarlas. Una de ellas es que con frecuencia el matrimonio es entre dos personas muy diferentes.
Al iniciar la convivencia matrimonial suelen presentarse pequeñas crisis que de no atenderse, crecen en forma desmedida. Se presentan a veces en detalles mínimos que se van apareciendo en el día a día como la pasta de dientes abierta, la toalla mojada sobre la cama, la ropa regada por la recámara, y a veces en situaciones mayores como expresiones majaderas, el aroma a cigarro en casa, criterios radicalmente distintos, entre otros.
Aquí hablamos de situaciones en que no hay ausencia de amor, sino sólo muestras de cuán diferentes son en la pareja, No son pocos los matrimonios que enfrentan estas situaciones, pero superarlos sólo es posible cuando se comprende que cada uno es diferente y por lo tanto tiene diferentes hábitos. Una vez asimiladas las diferencias, hay que trabajar, ambos, por la unidad.
En esta etapa hay que trabajar en la empatía, es decir, poniéndose en los zapatos del otro, además de dialogar mucho y comentar todos los detalles, por insignificantes que sean. A veces sólo un pequeño esfuerzo basta para superar las diferencias, y otras veces se requieren esfuerzos mayúsculos o hasta ayuda profesional.
En el matrimonio dos personas totalmente diferentes prometen vivir bajo el mismo techo y compartir la vida. Pero son dos personas que vienen de distintos caminos, dos mentes con ideas diferentes, dos corazones con otras experiencias de amor y de cariño, dos personas formadas en culturas familiares distintas.
En ese caminar se cruzan y estas dos personas totalmente diferentes deciden unirse en matrimonio. Eran dos cuerpos y dos mentes, y dos corazones diferentes. Y tuvieron toda la etapa del noviazgo para conocerse y para pulir sus diferencias e incluso tuvieron la oportunidad de decidir acabar con la relación si concluían que la incompatibilidad era irremediable.
Pero sí dedicaron el noviazgo a todo menos a conocerse, o si cegados por el enamoramiento se rehusaron a aceptar sus diferencias, aún ya casados, con actitud madura y sobre todo con amor (no con enamoramiento), pueden comenzar una etapa difícil, pero decidida, en qué limarán sus diferencias y construirán su propia cultura familiar en beneficio no sólo del matrimonio sino de la familia entera.
¿Cuál debe ser el criterio para unificar hábitos? Ambos deben estar dispuestos a renunciar a los malos hábitos y a fortalecer o construir los buenos, definirán los valores y los principios por donde su familia caminará. Decidirán que ante toda dificultad, ante cualquier diferencia, pondrán a su matrimonio, y si son bendecidos con hijos, pondrán a su familia, por encima de todas las cosas.
A partir de ese momento ya no son dos —eso era antes—, ahora son una sola persona. Son uno para caminar juntos el resto del camino aun sin recorrer. Son uno para palpitar juntos al ritmo del amor de Dios que todo lo perdona, lo espera y lo soporta. Son uno en su mente para ver hacia el futuro un único proyecto, diciendo: “De ahora en adelante, no soy yo, somos nosotros”.