Entra la madre al supermercado acompañada de sus dos pequeños hijos que le siguen con apuro. Se encuentra ahí a su mejor amiga de muchos años atrás y le saluda con efusión. Sus hijos comprenden que se trata de una amistad profunda pues es notoria su alegría.
Sin embargo pronto comienzan los hijos a notar que su madre y su amiga una y otra vez expresan groserías para referirse a hechos, cosas y terceras personas.
Sin duda los hijos aprenden a valorar la notoria amistad, pero al escuchar las groserías comprenden también que es una manera natural de expresarse.
Más tarde, estando ya en el estacionamiento a bordo de su camioneta, la madre escucha que uno de sus hijos pronuncia una grosería. “Eduardo, ¿qué te dije de hablar con groserías?”.
Padres y madres que predican valores que ellos mismos no ponen en práctica, no pueden esperar que sus hijos lo hagan
La verdad es que los padres y madres que predican una serie de valores que ellos mismos hacen lo contrario, no pueden esperar que sus hijos los adopten.
Por su parte los hijos en la medida que van creciendo, van percibiendo la diferencia entre las palabras y los actos, lo que les provoca un serio desequilibrio.
Por el contrario, ser un buen ejemplo facilita la educación de los hijos porque su mundo se vuelve más armónico e íntegro y no hay incongruencia que le haga sentirse desorientados.
De esta manera los hijos perciben valores en los que se pueden apoyar para ver el mundo con autenticidad.