Si frecuentas “amistades” y diversiones que incentivan la violencia, los hijos harán exactamente lo mismo en su modo de vida. Si exiges virtudes y te comportas de manera totalmente contraria, provocarás que tus hijos se comporten de la misma manera.
Si todo el tiempo te lo pasas hablando de ti, de tus “virtudes”, de tus aciertos e inteligencia; de que eres un experto, un “todólogo”; de tu alto nivel de conocimientos y todo lo dominas, de que sólo tú tienes la razón; de tu alta posición económica, política y social, constantemente estás menospreciando las cualidades virtudes y aciertos de los demás, estarás formando seres egoístas, soberbios y llenos de prepotencia.
Papá y mamá son quienes tienen la obligación, el deber de enseñar a los niños, adolescentes y jóvenes, a no mentir, a no robar, a no abusar de los demás.
Tratar de formar a los hijos con violencia, gritos y amenazas no es un sistema correcto, porque lo que menos se logra es un buen aprendizaje. Al contrario, se obtiene rechazo, rebeldía o temor.
“Instruye al niño en su camino, y aún cuando fuere viejo no se apartará de él. (Proverbios 22, 6). Hermosa palabra nos ofrece Dios para la formación de los hijos, cuando nos dice: instruye.
Instruir e poner a su alcance los conocimientos necesarios, ayudarlos a descubrir oportunidades, habilidades, ideas o experiencias.
Cada uno de nuestros hijos necesita que nosotros, sus padres, les demos, les compartamos y les dediquemos el tiempo necesario para llevarlos a descubrir sus propias capacidades, su vocación, para desarrollar actividades; que realicen sus propios planes, proyectos e ideas y así madurando poco a poco adquieran sus propias experiencias.
Pero para lograrlo, es necesario que como padres pongamos al servicio de nuestros hijos las virtudes esenciales para una sana formación de la familia: la responsabilidad, el buen juicio y la madurez como modo de vida.
Que el respeto y la tolerancia sean los medios frecuentes al alcance de todo papá y mamá para lograr una formación eficiente en cada uno de sus hijos. La responsabilidad de ser padres, no es fácil.
¿Qué es la prudencia y por qué es tan importante?
Es la capacidad de pensar antes de actuar, de no actuar por impulsos irracionales, es modificar prudentemente la propia conducta para evitar prejuicios negativos innecesarios.
Nunca olvidemos que “Lo que se siembra se cosecha” (Gálatas 6, 7). Lo que das, recibirás.
2 Corontios 9, 6 dice: Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.
Lo que queremos lograr en nuestros hijos, tenemos que sembrarlo con nuestro ejemplo y congruencia. El que siembra rosas, cosechará rosas. El que siembra pinos cosechará pinos, el que siembra hortalizas, cosechará hortalizas. El que siembra odio no podrá cosechar paz y felicidad. El que siembra división, no podrá cosechar unidad. El que siembra conflicto, no podrá cosechar amor.
“Los que procuran la paz, siembran en paz para recoger como fruto la justicia” (Santiago 3, 18). Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella (Hebreos 12,11).
Para todo hijo, el imitar a sus padres es motivo de orgullo, así sea esto, en lo bueno, como en lo nocivo. Cuando afirmamos que nadie nos enseñó a ser papás, es porque vamos aprendiendo cómo formar a nuestros hijos. Sólo debemos tener presente que el mejor método y la mejor herramienta de formación, infalibles, serán siempre: nuestra propia actitud y comportamiento pues estamos siendo observados constantemente.