sábado, septiembre 13, 2025
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Libertad o abandono a los hijos: la trampa de educar sin normas

Hoy parece extenderse una corriente que propone dejar a los hijos sin normas ni límites, bajo la idea de que cualquier forma de disciplina reprime su creatividad, condiciona su libertad y frena su potencial. Según esta visión, los niños deben crecer “en plena libertad” y decidir por sí mismos qué camino tomar. 

A primera vista suena atractivo: ¿quién no quiere que sus hijos se desarrollen libres? Pero detrás de este discurso se esconde un riesgo enorme: cuando los padres no conducen, alguien más lo hará. Y no siempre serán las mejores influencias: los amigos, los medios de comunicación, las redes sociales o una sociedad sin rostro que dicta modas y exigencias superficiales.

Dejar a los hijos sin dirección no los hace más libres, los hace más vulnerables. La verdadera libertad no es ausencia de normas, sino capacidad de elegir el bien dentro de un marco seguro. Un niño sin límites es como un barco sin timón: puede flotar, pero a la deriva.

Ahora bien, tampoco basta con oponerse a esta corriente y repetir que “los padres deben guiar”. El amor, aunque indispensable, no es suficiente si se queda solo. Padres que aman profundamente a sus hijos a veces terminan, sin pretenderlo, dañándolos: unos los sobreprotegen y les impiden madurar, otros los educan con autoritarismo y sofocan su espíritu, algunos los maltratan creyendo que “es por su bien”. El problema no está en la falta de amor, sino en la falta de preparación.

Ser padre o madre no es un instinto automático, es una vocación que exige aprender. Aprender a conversar sin imponerse, a escuchar sin juzgar, a corregir sin humillar. Aprender a poner límites que no sean cadenas, sino senderos de seguridad. Aprender que cada etapa de la vida requiere un estilo distinto de acompañamiento.

Por eso, el gran desafío de nuestro tiempo no es sólo resistir a las corrientes libertarias que promueven la ausencia de normas, sino también formar padres capaces de educar con amor y con sabiduría. 

El amor es el motor, pero la preparación es el timón que lo orienta. Sólo cuando ambos se unen, los hijos pueden desplegar todo su potencial en libertad madura y responsable.

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