Valoramos profundamente la intención de muchas agrupaciones que luchan por la dignidad de la mujer y buscan sanar heridas generacionales. En Familia y Vida compartimos ese anhelo: queremos que nuestras niñas crezcan libres, íntegras, fuertes, y capaces de decidir su camino. Pero también creemos que la libertad auténtica no se logra negando valores, sino entendiendo su profundidad.
1. La virginidad no es control, es libertad elegida
Decir que la virginidad es un valor no significa que una persona vale más o vale menos por su vida sexual. Significa afirmar que el cuerpo es digno, y merece respeto, también por parte de uno mismo. La espera y el autocuidado no son imposición, sino expresión de amor propio y libertad interior.
Esta enseñanza no es solo para mujeres: también es un llamado a la responsabilidad de los varones. En nuestra visión, la castidad es un camino de libertad, no de represión.
2. El matrimonio no es una meta impuesta, sino una vocación que dignifica
No educamos a nuestras hijas para que “sean esposas de alguien” como una meta social. Las educamos para que sean libres y capaces de amar en profundidad, sin miedo, con responsabilidad. El matrimonio cristiano, lejos de ser un trofeo o una prisión, es una alianza de amor libre y recíproco, donde ambos se donan como iguales y se ayudan a crecer. Si alguien les enseñó lo contrario, fue una distorsión, no el verdadero sentido del matrimonio.
3. La maternidad no es una obligación, pero sí una riqueza cuando es elegida con amor
Sabemos que no todas las mujeres están llamadas a la maternidad biológica, y lo respetamos. Pero también afirmamos con firmeza que ser madre no es una carga ni un destino impuesto, sino una de las mayores expresiones del amor humano cuando es vivida libremente. Queremos que nuestras hijas sepan que ser madre no las disminuye, sino que puede ser una de las experiencias más transformadoras de su vida.
No se trata de volver al pasado, sino de redescubrir el valor de lo que muchos han despreciado
La verdadera revolución no es negar todo lo heredado, sino rescatar lo bueno, lo bello, lo noble. Lo que dignifica a la mujer no es su sometimiento ni su rebelión, sino su capacidad de vivir con sentido, con profundidad y con verdad.
Queremos criar hijas que no repitan errores, sí. Pero también queremos que no rechacen tesoros por miedo a las heridas. Que descubran que la dignidad no está en hacer lo que el mundo espera de ellas, sino en responder con amor a lo que Dios ha soñado para su vida.