A veces, en la vida de pareja, ser fiel no es tan fácil como se piensa. No siempre se trata de falta de amor hacia el cónyuge. De hecho, muchos esposos y esposas que luchan con impulsos de infidelidad siguen amando profundamente a su pareja. Pero dentro de sí mismos sienten una tensión inexplicable, una especie de atracción hacia lo prohibido que no siempre entienden ni saben cómo manejar.
Y es que ser fiel no es simplemente “no caer en la tentación”. La fidelidad es una decisión que se renueva todos los días, en medio de nuestras debilidades, deseos, heridas pasadas y confusión emocional. Es una virtud que se cultiva, no un instinto que se impone solo.
¿Por qué cuesta ser fiel?
A veces los impulsos vienen de heridas no sanadas, del deseo de sentirse deseado o deseada, de vacíos interiores que buscan llenarse con emociones intensas o relaciones fugaces. Otras veces, hay un cansancio afectivo, una rutina que enfría la relación, una falta de comunicación o incluso frustraciones no resueltas.
No es excusa, pero sí es una realidad: el ser humano es frágil. La fidelidad, en este sentido, no debe verse como una “carga pesada”, sino como un compromiso que nos enseña a amar más profundamente, más allá de lo que sentimos.
¿Cómo mantenerse fiel?
- Reconocer la lucha interior. No sirve de nada negarla. Admitir que uno se siente vulnerable o tentado es el primer paso para buscar ayuda y poner límites.
- Cuidar el corazón. La infidelidad no empieza con un acto físico, sino con una mirada, una fantasía, una conversación que se vuelve íntima, una apertura emocional que debería reservarse al cónyuge.
- Buscar apoyo espiritual. La oración, los sacramentos y el acompañamiento espiritual ayudan a fortalecer la voluntad y a poner la vida interior en orden. La fidelidad es también una gracia que se pide a Dios.
- Cuidar el matrimonio. Muchas tentaciones se debilitan cuando el matrimonio se fortalece: diálogo abierto, cariño renovado, tiempo juntos, detalles, perdón, respeto mutuo.
- Evitar los entornos de riesgo. Nadie es de hierro. No se trata de desconfiar de uno mismo, sino de ser realistas: si algo o alguien pone en riesgo tu fidelidad, aléjate. No se negocia con el fuego.
- Recordar las consecuencias. Un momento de descontrol puede destruir años de confianza, herir profundamente a la pareja e incluso romper la familia. Vale la pena detenerse y pensar: ¿de verdad quiero esto?
La fidelidad es libertad
Aunque parezca contradictorio, ser fiel no encadena, libera. Libera del remordimiento, de la doble vida, del autoengaño. Libera para amar con verdad, para construir con firmeza, para vivir en paz con uno mismo y con Dios.
Muchos creen que ser fiel es una especie de renuncia constante a lo que “pudo haber sido”. En realidad, es la forma más hermosa de decirle al otro: “Podría haber elegido mil caminos, pero cada día te vuelvo a elegir a ti”.