lunes, septiembre 16, 2024
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Si aprendemos a escuchar, nuestra vida será más plena y feliz

Uno de los grandes problemas de nuestro mundo moderno, el mundo al que llamamos mundo de la comunicación, es el hecho de que casi no sabemos escuchar. Y es que escuchar requiere paciencia, tener tiempo para el otro.

Escuchar significa interesarnos por lo que alguien nos quiere decir y comunicar; estar atentos para poder percibir la voz del que busca expresarse y ser escuchado, y sobre todo hacer silencio para poder percibir la delicada voz del hermano que está buscando comunicarse con nuestro corazón. 

Esto es lo que podríamos llamar “escuchar los signos de los tiempos”. Nuestra vida familiar y comunitaria sería mucho más plena y feliz si supiéramos escuchar la mirada triste de algunos de nuestros hijos que está gritando “quiero sentirme amado”.

Cuantas veces nos sucede que nuestro hermano, nuestros padres, nuestros hijos o nuestra esposa o esposo, nos dicen algo que ellos sienten muy importante y no percibimos esa importancia. Nuestro hermano puede pedirnos ayuda con una mirada y no nos damos cuenta. Nuestra esposa requiere más tiempo a su lado y preferimos el ministerio o el trabajo, nuestros hijos nos piden atención y los ignoramos, nuestros padres nos piden comprensión y no los tomamos en cuenta. 

Si supiéramos escuchar la voz necesitada que nos grita ¡abrázame!, si pudiéramos hacer silencio y apartar de nosotros todo el ruido de nuestro trabajo, nuestros negocios, preocupaciones, y angustias, podríamos escuchar con serenidad las voces que emergen de los que caminan con nosotros en busca de amor y comprensión. 

Ciertamente el escuchar nos abriría a una experiencia de intimidad, de entendimiento, de reconciliación y de perdón. Escuchar nos conduciría a un encuentro entre el  tú y el  yo, sobre todo el tú del amado.

Si supiéramos escuchar a Dios, oiríamos su voz. Porque Dios nos habla, ha hablado en su evangelio y hoy sigue Dios hablando, sigue hablando en este quinto evangelio que estamos escribiendo página a página todos los días de nuestra vida. Pero nuestra fe es muy débil, y nuestra vida demasiado mundana, y por eso no sabemos escuchar. 

Aprendamos pues a escuchar, aprendamos a escuchar “los signos de los tiempos”. 

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