Muchos padres tienen magnífica relación con sus hijos, pero ¿cuál es la naturaleza de esa relación padre o madre con su hijo o hija? Mucho se ha dicho que los padres deben buscar ser el mejor amigo del hijo, sobre todo en la adolescencia, pero entre amigos hay una profunda confianza para contarse todo lo bueno y lo malo que les sucede. ¿Pueden los padres e hijos hacer eso?
Muchos padres creen que pueden conseguir entablar el diálogo con su hijo cuando éste llegue a la pubertad sin haberlo iniciado anteriormente, e incluso, cuando han interpuesto ente ellos y su hijo un muro difícil de derribar: los malos hábitos educativos de los padres como las malas costumbres permitidas a los hijos, no son fáciles de superar.
La amistad sólo se da entre pares
La comunicación y en general el intercambio de actos que la amistad implica, solo puede alcanzarse entre pares. Los hijos -niño, adolescente o joven- pueden llegar a confiar en sus padres sus problemas y sus más íntimas experiencias, pero esa actitud no puede darse a la inversa. Los hijos no pueden comprender y asimilar los problemas de los padres. Padres e hijos no son pares.
La amistad, en al sentido estricto, no puede darse entre padres e hijos. En cambio, en un sentido amplio, tal amistad es posible: el padre o la madre pueden llegar a ser, si no el “mejor amigo”, al menos un amigo.
El niño debe encontrar en él al primer amigo pues es su confidente natural. Es la primera persona en que el niño confía, pero ¿por qué, en la mayoría de los casos, eso no sucede al llegar el niño a la pubertad si no es que antes?.
Podemos creer, si observarnos la realidad, que es una de esas frases bonitas que se dicen paro que en la práctica no se dan. La oposición entre dos personalidades -una ya hecha y la otra en formación-, y la tensión entre la autoridad y la libertad, hacen imposible que el padre sea el confidente natural de su hijo adolescente. No lo creemos imposible, pero, como todos los problemas humanos, tampoco lo consideramos fácil.
Los padres policías
Muchos padres adoptan con sus hijos la actitud de un “policía”, y esto provoca que sus hijos lo vean como “el enemigo”. Para esos hijos, los padres sólo existen para vigilarlos, controlarlos, amonestarlos y castigarlos.
Por supuesto que, aunque es negativa, ésa también es una función paterna, pero no es la única ni la más importante. Lo “padres policías” se dirigen a sus hijos con frases como éstas: “Cómo te portaste en el colegio?, Por qué no me muestras las notas de calificaciones? Debes ser malas notas!. Aprende de tu hermano! No te comas las uñas! ¿Qué manera de hablar es esa? ¿Adónde fuiste? ¿Por qué llegaste tarde?
Esa actitud de vigilancia no pasa desapercibida para los hijos, y aunque son una expresión de la preocupación de los padres por sus hijos, los hijos normalmente no lo interpretan de la misma manera y son una de las causas primarias de la desconfianza que le tienen a su padres.
Comprendamos la actitud del hijo
Cuando las únicas palabras que los padres tienen con sus hijos son frases secas, cortantes y en cierto modo agresivas, es comprensible que el hijo ‘huya” de su padre y lo mire con resentimiento.
No dejará de amarlo, y lo manifestará en la primera ocasión que se le presente, pero no le hará confidencias, salvo que así vea la forma de evitar un castigo o, en caso extremo, para buscar la solución a un problema que lo ahoga.
Comprendamos la actitud del hijo comparándola, por analogía, con la de un empleado con un jefe que siempre lo está controlando, corrigiendo y poniendo en evidencia sus errores. Los sentimientos del empleado y del hijo son similares: ambos “odian’ al jefe y al padre “policía”, y es comprensible que así suceda.
Los padres deben dialogar con sus hijos
Si los padres quieren que sus hijos sean sus amigos, deben hablar con ellos. Sus conversaciones deben ser diálogos y no sermones, y deben girar alrededor de las inquietudes de sus hijos: juegos, diversiones, estudios, trabajos, aspiraciones y problemas.
No deben esperar que sus hijos inicien el dialogo. Respetando su intimidad y personalidad naciente, los padres deben dar el primer paso. Los padres deben dirigirse a su hijo no sólo para preguntarle si cumplió sus obligaciones o para criticarlo, sino también para estimularlo oportunamente, elogiarlo con prudencia, interesarse por sus actividades, valorar sus ideas e iniciativas, acompañarlo en sus emociones y problemas. regocijarse con sus alegrías y triunfos,
También deben apesadumbrarse por sus tristezas y fracasos, levantar su ánimo cuando lo ven abrumado por las dificultades, menguado con tacto cuando lo observan arrogante y altanero en sus éxitos, enfrentarlo prudentemente con la realidad que ignora y comprenderlo en su edad y temperamento. Vivir y sentir con él, y también vigilarlo sin abrumarlo, corregirlo, amonestarlo y castigarlo adecuadamente cuando fuere necesario.
Si quieres la amistad de tu hijo, dásela tu primero
La amistad no es un ‘botín de guerra” ni la imposición de un vencedor o de autoridad alguna. La amistad no es una concesión gratuita, es un don voluntario que se debe ganar.
No es tarea fácil para un padre ganar la amistad de su hijo, pero si realmente quiere su amistad, es posible que la conquiste. El padre que quiera conseguir la amistad de su hijo, lo mejor que puede hacer es brindársela primero. Tratándolo como a un amigo tal vez consiga que su hijo no le tenga miedo, confíe en él y lo vea como un amigo.
Pero no se confunda, “mejores amigos” no es posible, eso sólo se da entre pares, pero lo que sí puede lograr es una peculiar y particular amistad que sólo se puede dar entre padre e hijos. Es una amistad donde hay confianza, lealtad, empatía… pero también autoridad.