Por: Mauricio I. Pérez
Un pesar común que expresan los padres de familia es ver cómo sus hijos, al llegar a la vida adulta o incluso desde sus últimos años de estudio, abandonan su fe u optan por vivir bajo criterios opuestos a lo que ellos les inculcaron.
“Mi hijo en la universidad dejó de creer en Dios”. “Mi hija vive, sin casarse, con su novio”. “Mi esposo jamás bebió ni fumó. Nunca llegaba tarde y pasaba todo el tiempo con mis hijos. Tres salieron a su padre. Pero el menor ha caído en vicios de los que parece no poder salir. ¡Los educamos igual y les dimos el mismo ejemplo! ¿Por qué?”
¿POR QUÉ LOS HIJOS FALLAN AÚN RECIBIENDO BUENA ORIENTACIÓN Y EXCELENTE EJEMPLO DE LOS PADRES?
¿Qué provoca que los hijos no siempre respondan a las expectativas de sus padres? ¿A qué se debe que, pese a sus esfuerzos más nobles, su entrega, dedicación y buen ejemplo, algunos hijos abandonan a Dios?
Los padres tienden a culparse: “¿Qué hicimos mal?, ¿en qué fallamos?” Sí que hay padres desentendidos, madres desobligadas, padres ausentes, madres poco comprometidas. Pero no son ellos quienes nos ocupan ahora, sino quienes saben en su corazón que hicieron su mejor esfuerzo, pero piensan que sus hijos erraron el camino por culpa de sus mismos padres.
Dudan de su enseñanza. Estiman que tal vez hablaron de más y les faltó dar ejemplo. ¿No dicen que las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra?
La realidad es que no bastan las enseñanzas ni el ejemplo del padre más presente, de la madre más amorosa, del maestro más sabio, de la monja más comprometida, ni del sacerdote más virtuoso.
NO BASTAN LAS ENSEÑANZAS NI LOS BUENOS EJEMPLOS ¿QUÉ MÁS HACE FALTA?
Es más, ni siquiera las enseñanzas y el ejemplo de Jesús mismo son suficientes si el hijo, alumno o discípulo carece de algo esencial, necesario incluso, para alcanzar la salvación. Parafraseando la canción de La bamba, podríamos decir que para subir al cielo se necesita una poca de gracia y otra cosita. La gracia la dispensa Dios. La otra cosita solo puede aportarla el hombre: su voluntad. De ahí la máxima agustiniana, “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Un hermano marista colocó en mi preparatoria un cartel: “Ni el conocimiento, ni el tiempo, ni el esfuerzo del maestro valen sin la voluntad del estudiante”. ¡Es cierto! Vamos, de los Doce, que tenían por Maestro al Maestro de maestros, que vivían con el mismísimo Verbo encarnado, ¡hubo uno que acabó hasta traicionándolo! Los Doce recibieron la misma enseñanza y el mismo ejemplo y para colmo, de Jesús mismo. Pero uno optó por errar el camino de la peor manera.
SÓLO LA VOLUNTAD DE LOS HIJOS HARÁ QUE LA ORIENTACIÓN Y EL BUEN EJEMPLO DE LOS PADRES SEAN EFECTIVOS.
Las enseñanzas y el buen ejemplo de los padres ayudansin duda a formar buenos cristianos y virtuosos ciudadanos. Pero sólo la buena voluntad de sus hijos hará que escuchen e imiten sus padres. Por igual, depende de su voluntad rehusarse a escuchar, negarse a comprender, rechazar las enseñanzas e ignorar el buen ejemplo para vivir según les plazca. Una voluntad que, en la libertad de los hijos de Dios, nuestro mismo Padre celestial respeta.
Cuando los hijos yerran el camino, si los padres saben en conciencia que ellos dieron lo mejor al educarlos, pueden tener la conciencia tranquila. No son ellos quienes han fallado.Su amor de padres hará que se preocupen por sus hijos. No queda entonces más que encomendarlos al cuidado amoroso de María y pedir a nuestro Padre celestial, que los ama más que nadie, que los colme de la luz de su Espíritu Santo para que, en el momento oportuno, como el hijo pródigo de la parábola, se levanten del fango y emprendan el camino de regreso a casa, donde recibirán la acogida amorosa de sus padres y recuperarán por parte de Dios, la dignidad que quizás hayan perdido.F